Domingo de Pentecostés 2019

Amor Verdadero hacía nuestro Señor.

(Domingo 9 de junio de 2019) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:
Hoy es la Fiesta de Pentecostés, Fiesta de suma importancia, pues hoy honramos de manera especial a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad: el Espíritu Santo, ya que hoy conmemoramos su descenso sobre los Apóstoles, en forma de lenguas de fuego.
Nuestro deseo hoy es decir algo sobre las primeras palabras de Dios Nuestro Señor Jesucristo que aparecen en el Evangelio1 del día de hoy.

(Cuerpo 1: Amor Verdadero)

Las palabras en cuestión son las siguientes: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él, y haremos mansión dentro de él. El que no me ama, no guarda mis palabras”.
En estas palabras de Dios Nuestro Señor Jesucristo tenemos una verdad muy importante, a saber, no basta la sola Fe sino que es preciso añadir las buenas obras; no es suficiente que repitamos lo que Nuestro Señor enseñó, sino que debemos ponerlo por obra; es lo que el Apóstol Santiago enseña, diciendo: “La Fe sin obras está muerta”2. Es, pues, necesario poseer la Fe junto con las buenas obras, esto es, la Caridad: Fe y Caridad, ambas son necesarias para poder salvarnos.
Además, estas palabras de Dios Nuestro Señor son un indicio para saber si nuestro amor por Él es verdadero. Ya que si lo amamos —si en verdad lo amamos—, guardaremos su palabra, es decir, cumpliremos con lo que nos manda y enseña. Y, por el contrario, si no lo amamos, si no tenemos verdadero amor por Él, no cumpliremos, ni seremos capaces de cumplir, sus mandatos. Por tanto, mientras más le amemos, más practicaremos las cosas que nos ha enseñado. Por tanto, para ver qué tan sincero y puro sea nuestro amor por Dios, veamos nuestras disposiciones interiores, nuestras vidas: ¿Cómo vivimos?, ¿en estado de gracia o en pecado?; ¿Preferiríamos la muerte antes que cometer un solo pecado mortal que nos apartara de nuestro Dios?, ¿o apenas se presenta la ocasión de pecado nos lanzamos a él sin ninguna o casi ninguna resistencia?; ¿deseamos con todas nuestras fuerzas no cometer ni siquiera pecados veniales y preferiríamos morir antes que cometer uno solo de esos pecados leves?, ¿o cometemos pecados veniales a diestra y siniestra, sin ton ni son, bajo el pretexto de que “son sólo veniales”?

(Cuerpo 2: Practicar buenas obras)

Y nuestro amor por Dios no solamente ha de manifestarse por nuestro alejamiento del mal, del pecado, sino también por nuestra prontitud para practicar obras buenas, para ejercitarnos en las virtudes. Mientras más amor por Dios Nuestro Señor poseamos, más nos entregaremos a la práctica de toda virtud. Por tanto, preguntémonos a nosotros mismos: ¿Realizo obras buenas?, ¿practico alguna virtud, no de forma pasajera, sino constantemente, en el día a día? Y así:

1) Respecto a la oración, obra importantísima, sin la cual es imposible la salvación: ¿Hacemos oración todos los días? ¿Todos los días, al levantarnos, damos gracias a Dios por el nuevo día y pedimos las gracias necesarias para él; que nos guarde de todo pecado; y le ofrecemos todas las acciones a su mayor gloria? ¿O, al terminar el día, le damos gracias por habernos conservado la vida hasta la noche; le agradecemos todos los favores y dones recibidos; le pedimos perdón por los pecados que hayamos podido cometer en aquel día? ¿Rezamos todos los días, a diario, el Santo Rosario, para implorar de María Santísima las gracias que necesitamos? Y al hacer nuestras oraciones, ¿cómo las hacemos?, ¿con atención y devoción, o como quien desea terminar pronto algo que le causa fastidio?

2) Respecto al amor al prójimo, virtud asimismo importantísima, que —téngase presente— obliga mucho más respecto a nuestra familia, por estar más próximos a nosotros, ¿cómo nos comportamos?, ¿cómo es la vida familiar?:

a) Entre los esposos, ¿reina el mutuo respeto y trato amable?, ¿hay paciencia recíproca para con los defectos del otro?, ¿o lo que marca la convivencia son las palabras ásperas —cuando no ofensivas y groseras—, los desprecios y malos tratos? ¿Los esposos siguen el mandato de San Pablo de amar a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia3, esto es, respetándolas, protegiéndolas y proveyéndolas de todo lo necesario para que puedan cumplir con sus deberes propios de madre?, y las esposas, por su parte, ¿respetan y obedecen a sus maridos como a jefe y cabeza que son del hogar, según manda el mismo Apóstol, o los exasperan con sus actitudes, moviéndolos a ira?

b) Los padres en el trato con sus hijos, ¿son amorosos y de buen trato o les dan muestras de desprecio y desestima? Cuando sus hijos yerran, ¿los corrigen con firmeza y Caridad, para que se enmienden y salven sus almas?, ¿o lo hacen dominados por la ira y furor, sobrepasándose en el castigo, recurriendo a insultos y palabras soeces, que de nada aprovechan?, ¿o no les dicen nada —lo cual es falta de verdadero amor—, dejándolos en el estado de perdición en que se hallan?

c) Los hijos al tratar con sus padres, ¿lo hacen con todo el respeto que ello requiere?, ¿o les hablan de mala forma, en mal tono, alzándoles la voz e incluso gritándoles, llegando hasta cometer el gravísimo pecado de insultarlos u ofenderlos? Al recibir órdenes de ellos, ¿los obedecen con prontitud, o inmediatamente les faltan al respeto debido, contestándoles y respondiéndoles, negándose a obedecer, o realizándolo de mala forma, si es que obedecen? Y esto que decimos vale, no sólo para “los menores de edad”, sino para todos respecto a sus padres: papá y mamá lo son hasta que Dios disponga llamarlos y, por tanto, siempre hay que respetarlos, no importa que yo sea mayor de edad, casado, con hijos, etc., siempre hay que respetar y reverenciar a los propios padres, nada legitima jamás faltarles al respeto.

d) Y respecto a nuestros amigos y conocidos, las personas con las que solemos tratar, ¿es nuestro trato amable o somos ásperos y cortantes? ¿Somos comprensivos y misericordiosos, prontos a excusar sus faltas —quién no las tiene—?, ¿o, por el contrario, no hacemos sino emitir juicios sobre nuestro prójimo, viendo —como comúnmente suele acaecer— la paja en el ojo ajeno, y no tamaña viga que tenemos en el propio?

e) Y respecto a nuestros enemigos, esto es, aquellos que nos odian o que nos han hecho algún mal, o que gravemente nos han disgustado alguna vez, o por los cuales sentimos antipatía, si nos cruzamos con ellos, ¿los saludamos amablemente y con educación, o les negamos el saludo? Si salen a relucir en alguna conversación, ¿evitamos el hablar mal de ellos o, por el contrario, los criticamos y murmuramos contra ellos de arriba abajo, deleitándonos en ello? Si pudiéramos hacerles el mal, ¿lo haríamos, o deseamos que les acaezca alguna desgracia? Al hacer nuestras oraciones, ¿pedimos por ellos o deliberadamente los excluimos?

1 San Juan 14, 23-31.
2 Santiago 2, 17.
3 Efesios 5, 25.

3) Respecto a la limosna, virtud que pertenece a la misericordia y que está íntimamente ligada a la Caridad: ¿Somos prontos a socorrer a la gente necesitada o cerramos nuestras entrañas a cuantos nos piden? ¿Alguna vez, siquiera, hacemos alguna limosna? ¿O tenemos por norma de acción no dar nunca nada a nadie porque hay quienes lo usan mal? Sí, es verdad que hay quienes usan mal la limosna, pero la solución no es omitir esta muy importante buena obra, sino simplemente dar alimentos cuando temamos, fundadamente, del posible mal uso de la limosna. Y si bien es cierto que no es necesario dar absolutamente a todos cuantos nos pidan —a no ser que medie extrema necesidad—, sin embargo, debemos forjarnos la costumbre de ayudar al prójimo con frecuencia; no debería pasar semana sin que hayamos hecho alguna limosna u obra de Caridad.

4) Respecto a la mortificación, obra buena de suma importancia, perteneciente a la virtud de la Penitencia, de la cual Cristo ha dicho: “Si no hacéis penitencia, todos pereceréis igualmente”4, ¿cómo nos comportamos?, ¿en nuestro día a día, practicamos la privación y mortificación, no sólo de nuestros sentidos, sino también la que se llama mortificación interior?, ¿mortificamos nuestra vista, por ejemplo, no mirando cuanta cosa nos cause curiosidad o pueda ponernos en peligro?, ¿o, respecto al sentido del gusto, nos imponemos alguna privación, ya sea comiendo menos, o no comiendo entre comidas, o comiendo cosas más sencillas y menos exquisitas?, ¿o ponemos freno a nuestra lengua, guardando silencio en lugar de hablar, y no diciendo cuanto nos venga a la mente? Y respecto a la mortificación interior, ¿practicamos la negación de nosotros mismos, contrariando nuestra voluntad y juicio propios, cediendo en lo que nosotros deseamos y haciendo mejor lo que prefiere el prójimo?; ¿nos mortificamos cortando y cohibiendo los pensamientos vanos?

Estos han sido sólo unos pocos ejemplos, pero deberíamos meditar sobre todas las diversas virtudes: humildad, mansedumbre, prudencia, templanza, fortaleza, religión, piedad, etc., preguntándonos y examinándonos si las practicamos o no, y en qué grado las practicamos, recordando que el hecho de practicarlas y la intensidad con que las practiquemos dependerá de nuestro amor a Dios Nuestro Señor Jesucristo:Si alguno me ama, guardará mi palabra… El que no me ama, no guarda mis palabras”. Reflexionando y meditando sobre esto, podremos pasar horas en oración.

4 San Lucas 13, 5.

(Conclusión: Veni Sancte Spíritus)

Pidamos, pues, en este día, queridos fieles, al Espíritu Santo que descienda sobre nosotros y nos dé luz sobre todo esto; que nos dé la gracia de ver nuestros pecados, nuestros defectos; de ver las virtudes que no tenemos, de ver lo efímero y falso de las que creemos tener; que nos dé la gracia de comprender, en definitiva, cuán lejos nos hallamos del amor perfecto y verdadero a Dios, junto con la gracia de poner remedio a esta falta de amor. Digámosle con fervor: “Veni, Sancte Spíritus, reple tuorum corda fidelium, et tui amoris in eis ignem accende”. “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”; recemos con devoción esta oración, recémosla, no sólo hoy día de Pentecostés, sino todos los días, confiando en que el buen Dios se digne abrasar nuestros corazones en la llama ardiente de su divino amor.

Recurramos, asimismo, a María Santísima, cuyo corazón fue un brasero encendido de amor a Dios y pidámosle que nos alcance esta gracia que pedimos.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.