Carta del Apóstol San Pablo a los 2 Corintios 3,4-9.
(Domingo 16 de agosto 2015) P. Altamira.
Domingo XII post Pentecostés (2 Cor. 3,4-9) – BORRADOR1
(Introducción)
Queridos hijos:
Tenemos hoy un fragmento de la Carta a los Corintios, pero en esta oportunidad no es la primera (como en los tres últimos domingos) sino la segunda.
La primera carta había dado muy buenos frutos, pero entre los corintios, algunos2 habían levantado intrigas contra San Pablo, quien, con la finalidad de deshacerlas, para defender su autoridad, escribe esta segunda carta.
1 Los textos de Sagrada Escritura a veces son paráfrasis.
2 Los judíos y algunos conversos del judaísmo.
(Cuerpo: Algunos comentarios)
Vamos al texto: (4) Tenemos tal confianza ante Dios por causa de Jesucristo. Así empieza. Para entender esta primera frase es necesario ver el contexto y lo que estaba diciendo antes.
El contexto lo enunciamos en la introducción: había entre los fieles, algunos que atacaban a San Pablo. En cuanto a sus palabras anteriores, éstas manifestaban su tranquilidad de conciencia de no haber hecho nada malo en su apostolado sino, al contrario, su mejor carta de recomendación ante Dios y ante los hombres era su actividad apostólica. Escuchemos algunos versículos anteriores:
(2,17) … no somos como muchísimos, que falsifican la Palabra de Dios, sino que con sinceridad, de parte de Dios y ante Dios, hablamos en Cristo (antes de seguir notemos que “no hay nada nuevo bajo el sol”, siempre ha habido falsificadores de la Doctrina Católica, aunque hoy son muchísimos más que entonces, y lo que hay que hacer es “hablar en Cristo”, no inventar nada, mantener el Catolicismo). (Cap. 3,1) … ¿Es que necesitamos, como algunos, cartas de recomendación para vosotros o de vosotros? (2) Nuestra carta (de recomendación) sois vosotros, escrita en nuestro corazón; conocida y leída de todos los hombres; (3) siendo manifiesto que vosotros sois una carta de Cristo, realizada por nosotros (realizada por nuestro apostolado)…
Y a partir de aquí sí empieza el texto de esta Misa: (4) Tenemos tal confianza (tal tranquilidad de conciencia) ante Dios por Jesucristo: (5) No que seamos capaces de pensar algo (bueno) por nosotros mismos (o) como proveniente de nosotros mismos, sino que ello nos viene de Dios. (6) Quien también nos ha hecho ministros idóneos del Nuevo Testamento. Hermoso argumento contra pelagianos: Sin el sostén de Dios, sin la gracia santificante, no podemos ni siquiera DESEAR hacer algo bueno que sirva para el Cielo: No tenemos nada bueno de nosotros mismos.
Continuamos: (6 cont) (Dios nos ha hecho ministros idóneos) no por la letra sino por el Espíritu, pues la letra mata pero el Espíritu vivifica. Siempre se ha utilizado este pasaje para hacer hincapié contra la pura exterioridad religiosa, contra la religión vacía y exterior (que en sus peores grados se llama FARISEÍSMO), es la Religión cuando se vuelve algo puramente exterior, rutinario, muerto, sin la “conversio ad Deum”, sin la dirección de la mente y de los afectos hacia Dios, sin el Espíritu que le da vida.
Es una importante advertencia para nosotros los sacerdotes y también para ustedes los fieles: No nos volvemos buenos sacerdotes, no somos buenos católicos, “ni tiene vida la religión en nosotros”, por la sola letra sino por el Espíritu, POR LO INTERIOR… la letra mata pero el Espíritu vivifica.
Son consejos contra lo que el Padre Catellani por allí llamaba la religión “fetiche”, la religión puramente exterior. Como si alguien creyera supersticiosamente que con repetir maquinalmente algunas oraciones “ya está todo, y está todo bien, y no hay que hacer nada más”: Esto es falso. Y después no importa si éstos mismos guardan odios y rencores, si se niegan a perdonar, si no se hablan con sus hermanos, si son incapaces de compadecerse del prójimo que está mal o del que es pecador, incapaces de dar una limosna a un pobre, o de ayudar a alguien “que se está muriendo en la esquina”. “No importa: cumplí con esas fórmulas mágicas, las repetí a todas, repetí todas las oraciones, eso es todo, y ya no me preocupo por hacer buenas obras”.
Sin duda que hay que decir y repetir las oraciones: Cincuenta Avemarías para el Santo Rosario, por ejemplo, y está muy bien (ojo: media hora debe durar el Santo Rosario, y no una hora y media agregando un montón de otras oraciones).
Decíamos: Hay que decir nuestras oraciones: ¡Y está bien! Pero no puede ser SOLAMENTE eso. A esto debo agregar una vida profundamente católica, hacer las buenas obras hacia el prójimo: Eso es el Espíritu que vivifica.
¿Quedarse SOLAMENTE en lo primero (la repetición de las oraciones) y no pasar a lo segundo (las buenas obras que se deben hacer, el amor al prójimo)? Eso no es Catolicismo, eso no es Dios Nuestro Señor Jesucristo. En esto se compendia la Ley y los Profetas: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo (que es el Evangelio de hoy).
Bienaventurados los misericordiosos porque ellos obtendrán misericordia. Y los misericordiosos –como enseña el Catecismo del Papa San Pío X- son los que se apenan y se compadecen de las miserias así físicas como morales del prójimo y tratan de remediarlas según sus posibilidades. Ésos son los verdaderos miembros de Cristo.
Termina con una comparación entre los dos Testamentos. (7) Porque si el ministerio de muerte (el del Antiguo Testamento, la Ley de Moisés) grabado con letras sobre piedras fue glorioso, hasta el punto de que los hijos de Israel no podían mirar el rostro de Moisés, el cual (ministerio) ahora es quitado, (8) cuánto más no será glorioso el ministerio del Evangelio, (9) pues si el ministerio de condenación es glorioso, mucho más glorioso abunda el ministerio de justicia (el del Evangelio).
Observen primero cómo llama al Antiguo Testamento: “ministerio de muerte”, “ministerio de condenación”, y sin embargo era –por supuesto- una cosa santa: Por su origen (Dios mismo), por su fin (acercar a Dios), por la verdad de su doctrina y la bondad de sus preceptos. ¿Por qué entonces lo llama ministerio “de muerte” y “de condenación”?
Porque frente al pecado y las malas tendencias, la Antigua Ley no remediaba el estado del hombre, no daba por sí misma la gracia santificante -que llegaba por otros conductos-, y además les quitaba la excusa de la ignorancia pues enseñaba lo que estaba bien y lo que estaba mal.
Frente a esto la Nueva Ley es una ley de vida que trae con sus sacramentos la gracia santificante, además de ser una Ley permanente contra lo incompleto y transitorio de la Antigua.
¿Por qué, hablando del Antiguo Testamento, San Pablo decía “fue glorioso hasta el punto de que no podían mirar el rostro de Moisés”? Se refiere a lo que pasó cuando Moisés hablaba con Dios en el monte Sinaí y recibía La Ley: Su rostro quedaba tan resplandeciente que los demás no se atrevían a mirarle.
¡Y éstas eran manifestaciones de una Ley llamada a ser reemplazada, de una Ley que todavía no era perfecta como el Nuevo Testamento! De allí que San Pablo diga “consideren entonces lo que será la gloria y la autoridad del Nuevo Testamento y del ministerio (o de los MINISTROS) de este Testamento” (no olvidemos que San Pablo busca resaltar su autoridad frente a los ataques que había sufrido, frente a las intrigas que contra él habían creado y levantado).
(El Sacerdocio Católico)
Agreguemos algo relacionado con estas últimas palabras.
El sacerdocio que recibió la Iglesia Católica es algo glorioso. Los poderes que tiene un sacerdote son gloriosos: Renueva el Sacrificio de la Cruz: la Santa Misa. Consagra y da el Cuerpo de Dios. Abre o cierra el Cielo: ¡Absuelve!, en la Confesión.
Es cierto que los modos humanos no se borran o no se borran del todo (la gracia no destruye la naturaleza).
Pero por encima de tales o cuales maneras humanas de obrar, y hasta defectos, EL PODER que tiene un sacerdote es tan superior, que en cierta manera él -en cuanto ser humano- se “despersonaliza”, y, como en ninguna otra cosa, pasa a ser un instrumento, casi un títere de Dios, para su gloria y para salvar las almas. ¿Qué consecuencia sacar de esto?
Tengan una mirada de Fe para con sus sacerdotes; para ver, por la Fe, lo que un sacerdote ES Y TIENE, por encima de los aspectos o modos humanos. Recordemos las palabras de Hugo Wast:
“Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote; Cuando se piensa que ni los ángeles, ni los arcángeles, (…) ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote; Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo… realizó un milagro más grande que la Creación del Universo con todos sus esplendores, y fue convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo; y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote; Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados, y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios, obligado por su propia palabra, lo ata en el Cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios”3.
Cuando se piensa en estas cosas, uno comprende “algo más” (aunque no mucho más) lo que es un sacerdote, y siempre sigue siendo poco en consideración a todo lo que es el Sacerdocio Católico.
3 Texto “Cuando Se Piensa”, de Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría 1883-1963), tomado de “Navega hacia alta mar”, págs. 1750-1751, en Obras Completas, ediciones Fax, Madrid.
(Conclusión)
Para concluir, les pedimos REZAR para que seamos sacerdotes FIELES y buenos: La Doctrina Católica y la santificación personal.
En esta crisis del Concilio Vaticano II, piensen que:
Un sacerdote tradicional que (perdido en algún lugar del mundo) llega al fin de su vida habiendo sido FIEL a la Doctrina (al Dogma Católico), fiel a la Moral, fiel a su Misa, fiel a los votos y a las obligaciones que asumió… significa una victoria ENORME para la causa de Dios, y un revolcarse de odio por parte del demonio en el Infierno; porque ese cura perdido por allí habrá salvado de esa manera un montón de almas… si se mantuvo fiel.
Seamos sobrenaturales, miremos el sacerdocio por encima de lo simplemente humano… y pidan para nosotros FIDELIDAD y SANTIDAD.
AVE MARÍA PURÍSIMA.