Solemnidad del Corpus Christi, la Sagrada Comunión.
(Domingo 23 de junio de 2019) P. Pío Vázquez.
(Introducción)
Queridos fieles:
Hoy celebramos la Solemnidad de Corpus Christi, cuya Fiesta tuvo lugar el jueves pasado; Fiesta importantísima en la cual veneramos el Santísimo Sacramento de la Eucaristía o Santa Comunión, es decir, aquel inefable misterio por el cual Dios Nuestro Señor Jesucristo se halla presente —mejor dicho, oculto— con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, bajo las especies de pan y vino.
Deseamos, en primer lugar, hablar sobre algunos de los efectos que produce la Santa Comunión en aquel que lo recibe debidamente. En segundo lugar, diremos cuáles disposiciones sean necesarias para hacer una buena comunión. Y finalizaremos diciendo algunas palabras sobre la comunión espiritual.
(Cuerpo 1: Efectos de la Santa Comunión)
En primer lugar, entonces, digamos algunos efectos que produce la Santa Comunión en quien la recibe:
1) El efecto más inmediato y primario de la Santa Comunión es la unión íntima del que comulga con Cristo. Es la razón misma por la cual Dios Nuestro Señor instituyó la Santa Comunión, pues su inmenso amor lo llevó a dejarnos este Sacramento para poder así unirse y compenetrarse con nuestras almas de una manera íntima, profundísima. Unión que rebasa nuestro pobre alcance, ya que es, podríamos decir, una especie de transformación del alma en Cristo. Pues en la unión del alimento con quien lo recibe, el alimento se incorpora con el que lo recibe de tal manera que se convierte y vuelve parte del que lo consume. Sin embargo, en la Santa Comunión ocurre al revés, pues no es Cristo quien se convierte en nosotros, sino que somos nosotros los que, en cierta forma, nos convertimos en Cristo, siendo asimilados por Él. Por lo cual, se ve que no cabe ni puede haber, en esta tierra, mayor unión con Dios Nuestro Señor que ésta; será superada solamente por la unión beatífica en el cielo.
Además, como consecuencia de esta unión con Cristo que decimos, el alma se une íntimamente con toda la Santísima Trinidad. La razón de esto es porque las tres Divinas Personas son inseparables entre sí: donde está una, están las otras dos. Por lo cual, como en la Santa Comunión se halla la divinidad de Cristo, esto es, el Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, están allí también el Padre y el Espíritu Santo. De donde se sigue que, en cierto modo, la inhabitación de la tres Personas en el alma —en la cual consiste la vida sobrenatural de la gracia— se perfecciona y arraiga más y más en el alma fiel por la Santa Comunión.
2) Otro efecto de la Santa Comunión es aumentarnos la gracia santificante, además de darnos su gracia propia y especial. En efecto, todos los sacramentos infunden la gracia, sin embargo, es fácil ver que la Santa Comunión lo hace en grado superlativo, si consideramos que allí, en la Santa Comunión, se halla el manantial y la fuente de todas las gracias, esto es, Dios Nuestro Señor Jesucristo mismo, que nos mereció toda gracia por su Pasión y Muerte.
Asimismo, la Santa Comunión, además de la gracia santificante, nos comunica su gracia sacramental particular y propia, llamada cibativa o nutritiva, porque este Santísimo Sacramento se nos da a manera de alimento, como divino manjar de nuestras almas.
Escuchemos lo que nos dice al respecto Santo Tomás: “Todo lo que hacen el manjar y bebida materiales en la vida corporal, a saber, sustentar, aumentar, reparar y deleitar, lo hace este sacramento en la vida espiritual”1. La Santa Comunión, por tanto, sustenta, aumenta, repara y deleita nuestra vida espiritual. La sustenta porque la nutre, de allí sacamos fuerzas para seguir adelante, para perseverar; la aumenta por la infusión de gracia que lleva consigo; repara sus heridas, como veremos en un momento; y la deleita, ¿pues qué puede ser causa de mayor gozo que el recibir al mismísimo Dios?
3) La Santa Comunión, asimismo, tiene como efecto borrar del alma los pecados veniales. En efecto, como recién decíamos, se nos da a manera de alimento y una de las funciones de éste es reparar y restaurar las fuerzas perdidas. Ahora bien, los pecados veniales son heridas del alma —a veces pequeñas—, que van disminuyendo las fuerzas de nuestra vida sobrenatural; nos debilitan, por mejor decir. Por lo cual se nos da este divino manjar que repara y restaura esas fuerzas del alma perdidas por los pecados veniales, borrándolos y dando gracia para combatirlos.
Y, no sólo borra los pecados veniales, sino que también remite de manera indirecta parte de la pena temporal que debemos por nuestros pecados, es decir, nos disminuye el purgatorio que debemos por los mismos. Vale decir, mientras más comuniones hagamos, menos purgatorio tendremos. Asimismo, este divino manjar nos preserva de los pecados futuros, es decir, de las recaídas, porque, por un lado, reviste al alma de fuerza para combatir contra las malas inclinaciones de la concupiscencia y, por otro lado, porque el demonio huye del alma que ve fortalecida por este Sacramento, ya que la Santa Comunión aplica los méritos de la Cruz, en la cual el demonio fue vencido, derrotado y humillado.
1 III,79,1.
(Cuerpo 2: Buenas Disposiciones)
Antes de tratar sobre las disposiciones requeridas para hacer una buena comunión, conviene hacer una aclaración: Si bien todos los sacramentos confieren la gracia por virtud propia que Dios les ha dado —ex opere operato, se dice en teología—, sin embargo, mientras mejor sean las disposiciones del que recibe el sacramento, tanto mayor gracia le dará; vale decir, si dos personas comulgan y una tiene mucho más fervor y devoción, mientras que la otra está tibia, la primera recibirá mucho más gracia que la segunda.
Habiendo hecho esta aclaración, tratemos de las disposiciones necesarias para hacer una buena y muy fructuosa comunión.
1) Primero y ante todo, como la Santa Comunión es un sacramento de vivos, para poder comulgar es indispensable estar en estado de gracia; por tanto, si alguien se halla en pecado mortal, ha de confesarse antes para recibir la gracia y poder así comulgar. De lo contrario, es decir, si alguien recibe la Santa Comunión en pecado mortal, comete un gravísimo sacrilegio —de hecho, uno de los pecados más graves que se puedan cometer, pues profana el Cuerpo mismo de Cristo—, y el que tal hace, se come y bebe su propia condenación, como dice San Pablo en la Epístola2 de hoy.
2) En segundo lugar, para tener mejores disposiciones a la hora de comulgar, es preciso combinar dos tipos de preparación, una que es remota y otra que es próxima.
La preparación remota consiste sencillamente en vivir como buenos hijos de Dios, esto es, estar habitualmente en estado de gracia, manteniendo cierto recogimiento interior, por lo cual es preciso huir de todo lo que dice mundo —pues esto nos llena de disipación—. Asimismo, ayudará mucho a esta preparación y recogimiento traer a la mente el pensamiento de la comunión que uno recibirá, Dios mediante, por la tarde o al día siguiente.
Sin embargo, la preparación próxima es la que más influye en las disposiciones, pues consiste en los actos que se realizan inmediatamente antes de recibir la Santa Comunión. Entre los cuales, podemos enumerar los siguientes:
a) Tener rectitud y pureza de intención, esto es, acercarse a recibir la Santa Comunión para agradar a Dios —no para que me vea la gente o por cualquier otra cosa—, sino para unirnos y amar más a Dios.
b) Hacer un acto de Fe en la presencia real de Dios Nuestro Señor en la Comunión. Recordar que Dios que me creó, que se hizo hombre por mí, que por mí padeció y murió, está allí verdaderamente presente, oculto bajo la apariencia de la hostia…
c) Por tanto, humillarnos, reconocernos indignos de tan grande don y misericordia, como es que Dios venga a nuestras almas por medio de este divino manjar, confesándonos pecadores.
d) Pero, al mismo tiempo, confiar en la bondad y misericordia infinitas de este grandioso Señor, que nos ama y quiere que lo recibamos para colmarnos con sus bienes y gracias, curar nuestras heridas y fortalecernos y llenarnos de su divino amor.
e) Pedir, en definitiva, a Dios que nos llene de hambre y sed de recibirle sacramentalmente, para que le podamos recibir con mucho fervor y devoción.
Asimismo, es importante que después de haber comulgado hagamos la acción de gracias. ¡Cuántos no comulgan, apenas termina la Misa y salen disparados, como si no hubieran comulgado o hubieran recibido cualquier cosa! Esto no puede ser así. No puede ser que no podamos estar siquiera cinco minutos en adoración y acción de gracias por haber recibido a Dios, ¡a Dios mismo, Creador de cielos y tierra!…
2 1 Cor. 11,23-29.
(Conclusión: Comunión Espiritual)
Para concluir, deseamos simplemente insistir, queridos fieles, en que aprovechen este Santísimo Sacramento, la Santa Comunión, mientras Dios nos dé la gracia de tenerlo a disposición, haciendo un esfuerzo por venir más seguido a la Santa Misa, dentro de las posibilidades de cada uno, para poder ser alimentados con este pan celestial, con el mismísimo Cuerpo de Cristo. Cuando nos hallemos en la eternidad, veremos que una Comunión más o una Comunión menos hacen diferencia…
Habrá, sin embargo, quienes verdaderamente se hallen imposibilitados para venir a recibir este divino manjar con tanta frecuencia como quisieran. Mas, esto no debe ser impedimento ni obstáculo para nadie, pues Dios no pide imposibles y ha puesto a nuestra disposición la comunión espiritual, la cual consiste en un vivo deseo de recibir a Nuestro Señor sacramentalmente, por el cual le pedimos que venga a nosotros a lo menos espiritualmente. Esta comunión espiritual es de tal eficacia santificadora que, en absoluto, podría santificar más que la misma comunión sacramental, dado que se haga con mayor fervor y devoción; vale decir, alguien que haga una comunión espiritual con mucho fervor y devoción, con un vivísimo deseo de unirse a Nuestro Señor, recibe más gracia que alguien que comulga sacramentalmente de manera tibia o con poco fervor y devoción. Además, la comunión espiritual, a diferencia de la sacramental, se puede realizar varias veces al día.
Por tanto, queridos fieles, en esta Solemnidad de Corpus Christi, pidamos a Dios nos inflame en su divino amor; que nos haga abrasarnos en deseos de recibirle sacramental y espiritualmente. Y formemos propósitos apropiados a la Fiesta que celebramos: venir, por ejemplo, a Misa entre semana más seguido para poder comulgar; prepararnos lo mejor que podamos, cuando vayamos a comulgar, haciendo fervientes actos de Fe, Esperanza y Caridad; hacer siempre la comunión espiritual, cuando no hayamos podido asistir a la Santa Misa.
Pidamos a María Santísima que ruegue por nosotros y nos llene de amor a Jesús Sacramentado.
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.