1er Domingo después de Pascua 2020

Domingo in Albis, Pax Vobis

(Domingo 19 de abril de 2020) P. Pío Vázquez.

(Introducción)

Queridos fieles:
Hoy nos hallamos en el Domingo in albis, que se llama también Domingo de Cuasimodo (debido a las primeras palabras del introito Quasi modo géniti infantes…”). Hoy deseamos volver nuestra atención al Evangelio1 del día, particularmente a las palabras que Nuestro Señor dirigió a sus discípulos cuando se les manifestó.

(Cuerpo 1: Pax vobis)

En efecto, leemos en el Evangelio que, estando los Apóstoles (menos Tomás) reunidos en el cenáculo, con las puertas cerradas por miedo a los judíos, Dios Nuestro Señor Jesucristo se presenta en medio de ellos y les dice: “Pax vobis”: “La paz sea con vosotros”. Es de notar que éstas son las primeras palabras que les dirige Nuestro Señor, hallándose ellos congregados, después de su Resurrección.

Palabras, sin duda, muy atinadas y acertadas para esos momentos, ya que los Apóstoles y discípulos estarían bastante turbados y perplejos por los hechos recién acaecidos: Nuestro Señor acababa de ser muerto hace escasamente tres días, lo cual entristecería todavía fuertemente sus espíritus, cuando, he aquí, que las mujeres que fueron al sepulcro, les dan noticia de que el Cuerpo de Nuestro Señor no está, que unos ángeles les han avisado que resucitó. Verifican Pedro y Juan que es así, que el Cuerpo no está, pero sin encontrar al Señor, lo cual los deja más perplejos aun y comienzan a sentir temor…: temor a los judíos, escribas y fariseos, de que les fueran a hacer algo por pensar que ellos robaron el Cuerpo de Nuestro Señor (por eso tenían las puertas cerradas); y entonces vuelve María Magdalena de nuevo a ellos y les dice ahora que ha visto al Señor… y luego lo mismo dicen los discípulos de Emaús…

Todas estas cosas tendrían un fuerte impacto en los ánimos de los Apóstoles y discípulos; podemos imaginarnos la cantidad de pensamientos que cruzarían por sus cabezas, cómo sus espíritus serían movidos por todo esto: tristeza, asombro, perplejidad, miedo… y mientras se hallaban inmersos en estos diversos estados, pensando y hablando de todas estas cosas, sin esperarlo, Dios Nuestro Señor se les manifiesta y, puesto en medio de ellos, para calmar sus espíritus les dice: “La paz sea con vosotros” y al decir estas palabras les infundió sin duda dicha paz en sus almas; de hecho, San Juan añade inmediatamente: “Los discípulos se alegraron viendo al Señor2.

(Cuerpo 2: Paz del alma)

Y así estas primeras palabras de Nuestro Señor, “Pax vobis”, nos dan pie para hablar de la paz, de la verdadera paz del alma, tema muy importante para todos nosotros, que nos puede y debe servir para la oración, como punto de consideración. Meditar sobre la paz del alma y sus bienes.
Primeramente, hemos de reflexionar que la paz es un fruto de la Pasión de Cristo. Dice Isaías: “El castigo, causa de nuestra paz, cayó sobre Él3.
En efecto, por el primer pecado de Adán y Eva —el pecado original—, cayeron no sólo ellos en desgracia ante Dios sino también toda su descendencia, todos nosotros. Por ese primer pecado perdimos la paz primera que Dios había dado, junto con sus demás dones, a nuestros primeros padres y, en ellos, a nosotros. En efecto, la paz clásicamente se define como la tranquilidad en el orden. Y una de las consecuencias del pecado fue el desorden que sobrevino en nosotros: desorden de las pasiones y apetitos inferiores que se rebelan contra la razón, contra el espíritu y, en última instancia, contra Dios. Por lo cual, uno de los efectos del pecado fue que quedamos destituidos de la paz.

Mas Dios Nuestro Señor Jesucristo, por su Pasión y Muerte, reparó semejante mal. Pues, al habernos redimido, nos alcanzó todas las gracias necesarias para someter nuestra rebelde naturaleza a la razón y ésta a Dios. De manera que pudiéramos poner “orden” a nosotros mismos y así gozar del don de la paz. ¿Qué cosa, en verdad, puede dar más paz y tranquilidad al alma, que hallarse en gracia de Dios, teniendo todos sus afectos y apetitos sujetos a la razón? Por lo cual vemos que la paz verdadera está en la virtud, en la unión con Dios Nuestro Señor: “Pax diligéntibus legem tuam4, “Paz a los que aman tu ley”, dice el real Profeta David, es decir, a los que viven en gracia, guardando los mandamientos, mortificando sus apetitos, haciendo buenas obras. Por todo lo cual, uno de los frutos de la Pasión, como decíamos, es la paz que nos reconquistó Dios Nuestro Señor Jesucristo.

1 San Juan 20, 19-31.
2 Ibídem, v. 20.
3 Cap. 53, v. 5.
4 Salmo 118,165.

Y puesto que la paz supone en el alma la recta ordenación de las pasiones y apetitos a la razón, se sigue que, donde no hay dicha recta ordenación, no puede haber paz. Ahora bien, el pecado es e implica un total desorden en el alma, por el cual las facultades superiores —la razón, la voluntad— se hallan sometidas a las inferiores —a las pasiones y diversos apetitos—, al revés de cómo debiera ser. Por lo cual no hay ni puede haber —es imposible haya— paz verdadera en el pecado. Éste solamente puede acarrear al alma tristeza, angustias, remordimientos, miedos, intranquilidad, ansiedad, etc., etc.: “no hay paz para los impíos5, nos dice Isaías, esto es, no hay paz para los que viven en pecado, entregados a las concupiscencias del mundo y de la carne.

Y no hay que confundir la verdadera paz del alma, don de Dios, con la falsa tranquilidad de muchos pecadores. Es verdad, que bastantes de ellos viven, aparentemente, de lo más tranquilos: comen, ríen, duermen, como si no estuvieran en pecado mortal, como si no vivieran en enemistad con Dios. Es que tienen la conciencia dormida —efecto del pecado reiterado y prolongado—, pero aguardad… Esperad que sean alcanzados por la borrasca de la tribulación, y ved cómo reaccionan… Mirad cómo se consumen de angustia, cómo reniegan y maldicen, cómo caen en la desesperación más horrible… porque “no hay paz para los impíos”.

¿Y acaso no vemos esto hoy día, en la situación actual del Coronavirus, del Covid-19? La gran mayoría de la gente, —“medio mundo”, podríamos decir—, ha caído en una especie de —digamos— “psicosis”, por el temor a contraer dicha enfermedad y morir. Prácticamente el mundo entero se halla en conmoción por esto, todos llenos de angustia, hasta de pánico; en definitiva, sin paz ni tranquilidad ninguna. Solamente el alma que vive en gracia y se ejercita —como ya diremos— en la perfecta conformidad con la voluntad divina puede tener paz ante ésta y cualquier otra situación, mas el alma en pecado no halla sino turbación y angustia en cualquier tribulación o cruz que pueda sobrevenirle.

(Cuerpo 3: Cómo conseguir la paz)

Mas, pasemos ahora a tratar sobre cómo alcanzar la paz del alma.
Primeramente, hay que tener en cuenta que son diversos los grados de paz que puede haber en el alma. Nos parece que de manera general podrían dividirse como sigue:
1) El primer grado consistiría en salir o dejar el estado de pecado mortal; pues, como ya vimos, es imposible la paz habiendo pecado en el alma, por lo cual el primer paso es quitar el pecado mortal del alma, ¡obvio! Para lo cual es necesario hacer una buena Confesión, o, en la situación actual en que nos hallamos —cuarentena, etc.—, impetrar de Dios la gracia de la perfecta contrición para así obtener el perdón de los pecados. Así podremos tener la paz, fruto de la conciencia tranquila que se sabe perdonada por Dios, como sabemos muchos por experiencia.

2) El segundo grado consistiría en erradicar del alma los pecados veniales deliberados, en luchar contra ellos y buscar erradicarlos. Pues esos pecados veniales deliberados merman en algún grado —mayor o menor—, aunque no la suprimen del todo, la paz del alma, por la culpa o desorden que suponen, como pecado que son. Por lo cual, mientras más nos esforcemos en combatirlos y no permitirlos, más paz y gozo disfrutará nuestra alma.

3) El tercer grado consistiría en la plena conformidad con la voluntad divina6. Éste, de hecho, es el mayor grado de paz de que podemos disfrutar en esta vida, tan llena de miserias y penalidades. Mientras más nos conformemos con la Voluntad de Dios, con lo que Él quiere, tanta más paz tendremos en nuestras almas. Lo cual se echa de ver fácilmente: Pues, todo —absolutamente todo— ocurre por Voluntad de Dios, ya sea mandándolo o permitiéndolo tan sólo. Por lo cual, si uno se conforma con la Voluntad de Dios, queriendo solamente lo que Él quiere, tiene siempre lo que quiere, pues la voluntad de Dios siempre se cumple. De lo cual se sigue una paz continua e inalterable en el alma, pues no importa si llueve, o hace frío o calor; si se halla tal alma en la prosperidad o adversidad; si está llena de cruces y males, ni aun si la misma muerte le sobreviene, porque, al ser todo ello voluntad de Dios, lo quiere y halla allí su contento.
Esta paz sin duda supone un alto grado de perfección; en realidad, es la paz de que gozaban los santos, los cuales llegaron a tener esta plena conformidad con la Voluntad divina. Nosotros, sin embargo, hemos de aspirar a alcanzarla, por medio de la oración y de la mortificación de nuestra voluntad propia, aceptando las cosas contrarias a nuestros planes que envíe la Providencia.

4) Finalmente, nos parece que, como cuarto grado, podemos colocar la paz de que gozan los bienaventurados en el cielo por la visión de la esencia de Dios, la visión beatífica, que es el mayor grado de paz de que se puede gozar y que se sigue, de hecho, de la misma razón del anterior grado: por la conformidad con la Voluntad divina. Mas, como allí dicha conformidad es totalmente perfecta, lo es también la paz que de allí se sigue. Por esto, en el cielo se halla la paz perfecta y suma del alma.

5 Isaías 57,21.
6 Cf. Preparación para la Muerte, S. Alfonso Mª de Ligorio, Consideración 36, donde el Santo trata magníficamente este cuestión

(Conclusión: Busquemos la paz verdadera)

Por tanto, queridos fieles, busquemos la paz verdadera del alma. Pidamos a Dios Nuestro Señor Jesucristo en la oración nos diga lo mismo que dijo a sus discípulos, “Pax vobis”, que nos infunda también dicha paz en nuestras almas; pidámoselo particularmente ahora, ante la situación actual generada por el coronavirus, situación que muy probablemente empeorará, y que puede ser —veremos, hay que estar atentos— por donde se cumplan las profecías del Gobierno Mundial del Anticristo.

Por tanto, ejercitémonos y busquemos alcanzar la plena conformidad con la Voluntad divina, tener nuestra voluntad íntimamente unida con la de Dios; enderecemos hacia esto todas nuestras oraciones y devociones, no haya día que no pidamos a Dios conformarnos con su Voluntad Santísima, para que podamos, en medio de los sucesos que puedan sobrevenirse, gozar del inefable don de la paz.

Quiera la Santísima Virgen María, Reina de la Paz, alcanzarnos esta gracia.

Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez.